Historia de la bailarina y el joven consumidor.

Historia de la bailarina y el joven consumidor.

Enajenado de sí mismo, el consumidor se aleja cada vez más hacia el horizonte fragmentado que le ofrece la posmodernidad. Relativizado, el consumidor es feliz, está seguro del ahora, en tanto que simulacro y placebo. El consumidor está enamorado de la pequeña, pequeñísima bailarina y hermosa bailarina. El consumidor piensa en ella, en sus ojos y su tristeza. El joven consumidor suspira y compone una canción para su pequeña bailarina. Recuerda, recuerda poco; la luz de la luna, el suspiro, el palpitar, el miedo. La bailarina le adora, el consumidor es su amado, ve en él un tipo de enajenación peculiar. Un día la bailarina encontró al joven consumidor en frente del teatro principal blandiendo una cartulina roja con fragmentos escritos de la segunda lectura del evangelio de San Mateo que dice más o menos así: “Carta del hermano Mateo a los romanos”… en resumen, habla de cosas que tenían que ver con el mundo occidental mexicanizado. El consumidor tiene una estupidez excepcional, pensó la bailarina. Pero lo que nunca sospechó es que el consumidor era una persona muerta por dentro, con cero personalidad un paladín negativo de la fauna extraterrestre, en fin un pobre diablo que consume y consume para tratar de llenar el vacío de su cuerpo muerto. Me preguntan cómo es que el consumidor perdió la vida. Y siempre me complace contar su triste e inigualable historia, pobre diablo. Antes de ser él, un muerto ambulante, el consumidor era una persona feliz y normal. Tenía una novia hermosa y radiante como los veinte soles que nos rodean actualmente, él y ella eran felices. Vivían en un bosque rodeado de árboles altos y frondosos, su casa era blanca, pequeña y ordenada. Antes el consumidor se llamaba Felicidad y su novia Luz. Todo era perfecto en sus vidas, era como un rompecabezas bien armado esa su vida perfecta. Pero todo cambió de pronto. El hombre que se llamaba Felicidad un día decidió que debía de hacer felices a las demás personas, pero nunca sospechó lo infeliz que le haría ese inocente deseo. Felicidad materializó su ideal y todos fueron felices, todos menos la Luz que perdía gradualmente su Felicidad. Felicidad se dio cuenta y quiso remediar la tristeza de la Luz, pero la Luz se fue haciendo más débil, insegura y enfermiza. Mientras más se aproximaba la Felicidad a la Luz ésta se hacía más pequeña, hasta que la Felicidad no pudo disimular más el sufrimiento que él le ocasionaba a la Luz con su nuevo y descabellado proyecto. Un día Felicidad decidió alejarse de Luz para que ésta se recuperara. Felicidad huyó y en un lugar apartado lloró y lloró su desventura por treinta minutos que le parecieron treinta días con sus noches. Al final del llanto se incorporó y siguió dando felicidad a todos cuantos pudo, hasta que un día se despertó y ya no era feliz él mismo. La felicidad se disipó pero él siguió dando una energía que se convertía en felicidad, todos eran felices a su alrededor menos él. Perdido en medio del tumulto, sin respuesta a su estúpida decisión el hombre que se solía llamar felicidad se sintió solo. Entonces ya no era él, era otro. Se convirtió en un joven melancólico y sin chiste, en un tipo falso, pues si por dentro ya no era feliz, por fuera demostraba mil veces lo contrario. Un día soleado aspiró el profundo aire matutino y con sus amigos se encontró, les dijo lo feliz que se sentía precisamente ese día. En el fondo lo que el aspiraba era el olor de una muerte repentina que lo sacaría de toda complicación y privación de la Luz. El joven que ya no se llamaba Felicidad y que crecía de nombre, se fue a donde su casa solía estar, en busca de un frasco de veneno que vio guardar a una señora en el fondo del bosque alguna vez. El joven tuvo la mala suerte de encontrar ese frasco justo donde la vieja lo depositó. Bebió del veneno con una avidez que pareciera que el contenido del frasco era un elixir de vida y no de muerte. Por fin el joven vio el fondo del frasco y se acostó a esperar su fin seguro. Pasaron más de quince minutos y a cambio de la muerte que esperaba otras cosas vio y sintió. La muerte no le llegó, por el contrario, lo despreció. Pasaron dos días antes de que el joven que se llamaba Felicidad regresara enteramente en sí. Fue cuando regresó de su largo viaje que se dio cuenta que ya no era el mismo. Su interior seco y muerto sintió, sin vida, sin felicidad, sin tristeza, el joven vació quedó. Hecho un cascajo a la ciudad regresó. Entonces, al no tener ni luz ni felicidad en un consumidor se volvió. El joven consumidor comenzó una nueva carrera como prestidigitador. Consumía todo y de todo hacía una prestidigitación. Nuevamente brindó felicidad y creatividad todo aquel que se le aproximaba sin saber él mismo qué era exactamente lo que hacía. Otro día muy lejos de sí el veneno de la anciana volvió a probar sin resultado fatal. Decepcionado el joven consumidor se encerró en su nueva casa por espacio de catorce días. Al salirse encontró con que una joven bailarina le buscaba, él confundido dudó en acercarse. Pero al fin a los encantos de la bailarina sucumbió. Ella lo admiraba veía en él una radiante felicidad, pero él era todo mentira un inútil cascajo nomás. En las noches la bailarina lo acompañaba en su anulada soledad. Lo contemplaba mientras él componía sinfonías de horrenda belleza. Un día el joven consumidor construyó un golem al que nunca dio bautizo formal. Era el hijo de la bailarina y el consumidor. Era un golem pálido, triste y sin chiste, pero la bailarina era feliz con su golem y su Joven consumidor. Con el tiempo el consumidor se fue volviendo más vacío y extraño hasta que un buen día murió para dejar de consumir, por fin aquél joven consumidor que un día fue felicidad descansó. A su muerte nadie asistió, el solo se fue de regreso al bosque y en sus últimos momentos en poeta se convirtió para morir como se debe. Nadie lo extrañó, ni la bailarina que lo terminó odiando porque de él una imagen errónea se construyó. Por fin muerto, debajo de un árbol con semillas en las manos, el Joven consumidor, que una vez fue Felicidad y ahora era poeta en descanso, se pudrió. Después de un año de su lugar salió una flor. Un día que la Luz paseaba con su amado por el bosque, radiante y recuperada, se posó debajo del árbol y tomó la flor para regalársela a su nuevo amor. Ahora la Luz está recuperada, la bailarina felizmente casada y el joven consumidor que fue Felicidad descansa en la nada.

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