UNA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN DEL ARTE. LA EFICACIA SOCIAL
Síntesis de: (Págs. 243-245)
Arthur D. Efland
UNA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN DEL ARTE.
LA EFICACIA SOCIAL
Un reflejo de la creciente marea del materialismo científico defendido por figuras como Herbert Spencer puede verse en el Report of the Committee of ten de 1895 para la reforma de la educación secundaria. En 1892, la Asociación Nacional de Educación escogió a diez destacados educadores para que desarrollara un currículo para la enseñanza secundaria. El informe cuestionaba la eficacia de la educación clásica basada en el latín y el griego como preparación para la vida, y consideraban en cambio más valioso el estudio de la ciencia y de las lenguas modernas. Como podía esperarse, el tema del arte recibía escasa atención. El extenso informe le dedicaba un único párrafo:
“La omisión de la música, el dibujo y la oratoria en los programas propuestos por el comité no pretendía implicar que no se debería prestar ninguna atención sistemática a estas materias. Simplemente se consideró más adecuado dejar que fueran las autoridades escolares locales las que determinaran cómo debían introducirse estas materias en los programas, como complemento a las materias que se han tratado en las conferencias, sin ninguna sugerencia por parte del comité” (Committee of ten, 1895, pág. 1442)
Este informe iba a influir sobre las políticas relacionadas con la enseñanza secundaria durante los siguientes veinticinco años, lo cual condenó a las artes al estatus de materias optativas. En 1918, una comisión para la reorganización de la enseñanza secundaria emitió el informe Cardinal Principles of Secondary Education, que conserva en lo esencial las ideas de Spencer, y relegaba las artes al papel de ocupaciones ociosas.
En un cometario sobre el Report of the Cimmittee of ten, John Spencer Clark concluye que:
“Dejar el arte fuera de nuestros planes para le educación de los jóvenes significa negarles a las mentes que se están formando la poderosa fuente de inspiración que constituye la conciencia de la capacidad creativa del hombre. Usar el arte sabiamente como medio para la educación es hacer que la mente en formación entre en contacto con el desarrollo de la raza” (pág. 381).
A principios del siglo XX había otros aspectos del darwinismo social que comenzaban a influir sobre la educación. William Graham Summer sostenía que los individuos que ostentan el poder dentro de la sociedad lo han conseguido por el hecho de ser los más aptos. La supervivencia del hombre de negocios dentro de una sociedad competitiva como la capitalista era vista como un testimonio de su superioridad y aptitud para el liderazgo. Así pues, la ciencia confirmaba que el hombre de negocios era el más apto para el gobierno.
Tras recibir la bendición de la ciencia, los estándares de eficacia del mundo de los negocios se convirtieron en los criterios con los que se debía juzgar la eficacia de las instituciones gubernamentales y educativas. Los educadores americanos comenzaron a utilizar los métodos propios de la ciencia y de la empresa para aumentar la eficacia de las escuelas mediante la eliminación de las materias y los procedimientos improductivos, e incluso de los estudiantes que se consideraban demasiado ineptos para beneficiarse de la educación. Hacia 1912 se había generado toda una literatura dedicada a la gestión científica de la educación; los administradores de las escuelas comenzaban a verse a sí mismos como ejecutivos dentro del negocio de la educación (Callahan, 1962).
Arthur D. Efland
UNA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN DEL ARTE.
LA EFICACIA SOCIAL
Un reflejo de la creciente marea del materialismo científico defendido por figuras como Herbert Spencer puede verse en el Report of the Committee of ten de 1895 para la reforma de la educación secundaria. En 1892, la Asociación Nacional de Educación escogió a diez destacados educadores para que desarrollara un currículo para la enseñanza secundaria. El informe cuestionaba la eficacia de la educación clásica basada en el latín y el griego como preparación para la vida, y consideraban en cambio más valioso el estudio de la ciencia y de las lenguas modernas. Como podía esperarse, el tema del arte recibía escasa atención. El extenso informe le dedicaba un único párrafo:
“La omisión de la música, el dibujo y la oratoria en los programas propuestos por el comité no pretendía implicar que no se debería prestar ninguna atención sistemática a estas materias. Simplemente se consideró más adecuado dejar que fueran las autoridades escolares locales las que determinaran cómo debían introducirse estas materias en los programas, como complemento a las materias que se han tratado en las conferencias, sin ninguna sugerencia por parte del comité” (Committee of ten, 1895, pág. 1442)
Este informe iba a influir sobre las políticas relacionadas con la enseñanza secundaria durante los siguientes veinticinco años, lo cual condenó a las artes al estatus de materias optativas. En 1918, una comisión para la reorganización de la enseñanza secundaria emitió el informe Cardinal Principles of Secondary Education, que conserva en lo esencial las ideas de Spencer, y relegaba las artes al papel de ocupaciones ociosas.
En un cometario sobre el Report of the Cimmittee of ten, John Spencer Clark concluye que:
“Dejar el arte fuera de nuestros planes para le educación de los jóvenes significa negarles a las mentes que se están formando la poderosa fuente de inspiración que constituye la conciencia de la capacidad creativa del hombre. Usar el arte sabiamente como medio para la educación es hacer que la mente en formación entre en contacto con el desarrollo de la raza” (pág. 381).
A principios del siglo XX había otros aspectos del darwinismo social que comenzaban a influir sobre la educación. William Graham Summer sostenía que los individuos que ostentan el poder dentro de la sociedad lo han conseguido por el hecho de ser los más aptos. La supervivencia del hombre de negocios dentro de una sociedad competitiva como la capitalista era vista como un testimonio de su superioridad y aptitud para el liderazgo. Así pues, la ciencia confirmaba que el hombre de negocios era el más apto para el gobierno.
Tras recibir la bendición de la ciencia, los estándares de eficacia del mundo de los negocios se convirtieron en los criterios con los que se debía juzgar la eficacia de las instituciones gubernamentales y educativas. Los educadores americanos comenzaron a utilizar los métodos propios de la ciencia y de la empresa para aumentar la eficacia de las escuelas mediante la eliminación de las materias y los procedimientos improductivos, e incluso de los estudiantes que se consideraban demasiado ineptos para beneficiarse de la educación. Hacia 1912 se había generado toda una literatura dedicada a la gestión científica de la educación; los administradores de las escuelas comenzaban a verse a sí mismos como ejecutivos dentro del negocio de la educación (Callahan, 1962).
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